La incapacidad de los partidos políticos para, digámoslo así, seducir a quienes debieran ser sus clientelas comunes, ha propiciado la perversión económica de las campañas electorales.
Debido a que lo único importante para ellos es el poder por el poder, aún a costa de la propuesta y los proyectos de nación, los diputados de los partidos representados en el Congreso de la Unión apostaron a la forma más fácil de ganar votos, sin necesidad de “calentarse” la cabeza: el dinero.
En sus acuerdos logrados en lo “oscurito”, en sesiones de madrugada y a punto de cerrar los periodos legislativos, donde se dedican a pasar iniciativas y modificaciones a las leyes que pudieran ser motivo de resistencia, las mayorías hacen trampas que sólo son públicas y notorias, cuando también son irreversibles, como sucede hoy.
Es el caso del límite de los topes de gastos de campaña establecidos por el Instituto Federal Electoral con base en el Código Federal Electoral, instrumento que posee una metodología diseñada por los legisladores, para garantizar que cada año aumente el gasto electoral.
De esta forma, el pasado 30 de noviembre, el IFE aprobó un tope de financiamiento público por 651 millones 426 mil pesos para la campaña presidencial de 2006, alrededor de 160 millones de pesos superior a la de 2000. Es decir, que cada partido político podrá gastar esa cifra únicamente en su candidato presidencial.
Pero, resulta que las cantidades con las cuales el IFE financia las campañas de todos sus candidatos federales son inferiores al límite recientemente establecido únicamente para el aspirante presidencial.
Así, 632.7 millones serán entregados para el Revolucionario Institucional (PRI), 573.3 millones para Acción Nacional (PAN), 372 millones para el Partido de la Revolución Democrática (PRD), 196.7 millones para el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), 139.3 millones para Convergencia, otro tanto para el Partido del Trabajo (PT), 41 millones para Nueva Alianza y una suma semejante para Alternativa Socialdemócrata y Campesina.
Como a ninguno de estos partidos les alcanza el financiamiento público para arribar al tope presidencial establecido, y todavía les falta contabilizar las campañas de diputados y senadores, resulta que tienen la posibilidad de abrir otra contabilidad, con la cual podrán doblar, a base de financiamiento privado, las cifras anteriores.
Pero eso no es todo. Sino que los partidos políticos van a recibir una cifra muy parecida a las anteriormente citadas para su trabajo partidario normal.
Es decir, que si hacemos cuentas, en la promoción de candidatos y la labor normal de los partidos políticos, el próximo año se estarán gastando alrededor de 6 mil 500 millones de pesos, una cantidad insultante para las condiciones de pobreza extrema en la que se encuentran millones de mexicanos.
Gastar ese dinero en propaganda electoral, desde spots en radio y televisión, espectaculares, gacetillas, pendones, banderines, despensas y cientos de formas de hacer publicidad, es más fácil, más rentable y menos complicado que hacer una verdadera campaña proselitismo que atraiga a los probables sufragantes a entregar su voto con convicción.
¿Por qué los partidos no seducen a los intelectuales no orgánicos que cada partido o gobierno tiene, a los jóvenes que nacen a la vida política del país, a los miembros prominentes de la sociedad, para hacerlos entrar sus filas o, por lo menos, lograr su apoyo público?
Porque los partidos los partidos quedaron descerebrados y hoy lo único que priva es el dinero.
Debido a que lo único importante para ellos es el poder por el poder, aún a costa de la propuesta y los proyectos de nación, los diputados de los partidos representados en el Congreso de la Unión apostaron a la forma más fácil de ganar votos, sin necesidad de “calentarse” la cabeza: el dinero.
En sus acuerdos logrados en lo “oscurito”, en sesiones de madrugada y a punto de cerrar los periodos legislativos, donde se dedican a pasar iniciativas y modificaciones a las leyes que pudieran ser motivo de resistencia, las mayorías hacen trampas que sólo son públicas y notorias, cuando también son irreversibles, como sucede hoy.
Es el caso del límite de los topes de gastos de campaña establecidos por el Instituto Federal Electoral con base en el Código Federal Electoral, instrumento que posee una metodología diseñada por los legisladores, para garantizar que cada año aumente el gasto electoral.
De esta forma, el pasado 30 de noviembre, el IFE aprobó un tope de financiamiento público por 651 millones 426 mil pesos para la campaña presidencial de 2006, alrededor de 160 millones de pesos superior a la de 2000. Es decir, que cada partido político podrá gastar esa cifra únicamente en su candidato presidencial.
Pero, resulta que las cantidades con las cuales el IFE financia las campañas de todos sus candidatos federales son inferiores al límite recientemente establecido únicamente para el aspirante presidencial.
Así, 632.7 millones serán entregados para el Revolucionario Institucional (PRI), 573.3 millones para Acción Nacional (PAN), 372 millones para el Partido de la Revolución Democrática (PRD), 196.7 millones para el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), 139.3 millones para Convergencia, otro tanto para el Partido del Trabajo (PT), 41 millones para Nueva Alianza y una suma semejante para Alternativa Socialdemócrata y Campesina.
Como a ninguno de estos partidos les alcanza el financiamiento público para arribar al tope presidencial establecido, y todavía les falta contabilizar las campañas de diputados y senadores, resulta que tienen la posibilidad de abrir otra contabilidad, con la cual podrán doblar, a base de financiamiento privado, las cifras anteriores.
Pero eso no es todo. Sino que los partidos políticos van a recibir una cifra muy parecida a las anteriormente citadas para su trabajo partidario normal.
Es decir, que si hacemos cuentas, en la promoción de candidatos y la labor normal de los partidos políticos, el próximo año se estarán gastando alrededor de 6 mil 500 millones de pesos, una cantidad insultante para las condiciones de pobreza extrema en la que se encuentran millones de mexicanos.
Gastar ese dinero en propaganda electoral, desde spots en radio y televisión, espectaculares, gacetillas, pendones, banderines, despensas y cientos de formas de hacer publicidad, es más fácil, más rentable y menos complicado que hacer una verdadera campaña proselitismo que atraiga a los probables sufragantes a entregar su voto con convicción.
¿Por qué los partidos no seducen a los intelectuales no orgánicos que cada partido o gobierno tiene, a los jóvenes que nacen a la vida política del país, a los miembros prominentes de la sociedad, para hacerlos entrar sus filas o, por lo menos, lograr su apoyo público?
Porque los partidos los partidos quedaron descerebrados y hoy lo único que priva es el dinero.
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